Sábado por la tarde, cine abarrotado. A mi izquierda una pareja acopia ingentes cantidades de grasientas palomitas y de ese refresco americano de composición inimaginable. Se apagan las luces y comienzan a rumiar sonoramente, pero por poco tiempo. El Cine, con mayúsculas sí, se impone a la cultura de centro comercial, y los aperitivos se quedan apartados, olvidados, no son necesarios para el disfrute. Casi dos horas de goce, de risas, de llantos, de tensiones... y llegan los títulos de crédito, y el canto susurrante del Sr. Eastwood, y nadie se levanta, nadie sale apresuradamente del cine, todo el mundo se queda pegado a la butaca, imagino que recomponiéndose...
Walt Kowalski, el protagonista de Gran Torino interpretado magistralmente por Clint Eastwood, no es evidentemente Harry el Sucio, pero podría ser su "socio", un tipo duro, racista, "patriota", descreído, acostumbrado a hacer justicia por su cuenta, con una familia a la que no soporta y que no le soporta... y que vive rodeado de chinos, ¡él que mató tantos en Corea! Pero según avanza la película vamos descubriendo que, aunque parezca increíble y a pesar de todo, no es un mal tipo. Primera lección, de muchas.
Son numerosos los temas que toca la película con sutil complejidad, la xenofobia, la familia, la guerra, la soledad, la exclusión, la amistad, no en vano de lo que trata es de la vida, nada más y nada menos. Pero hay uno que según mi parecer se impone sobre todos ellos: la justicia y el uso de la fuerza, y de quién son potestad, y qué utilidad tienen cuando se ejercen de forma individual, a quién benefician y a quién perjudican, qué construcciones sociales fomentan... Y es ahí cuando al final de sus días, ese polaco mal encarado y gruñón, trasmutación de Harry Callahan, reflexiona y adquiere la sabiduría... ¿O quizás no?, al fin y al cabo su decisión, aunque moralmente grande, no deja de ser una forma de justicia individual... Eso sí, te deja clavado a la butaca, emocionado, reflexivo... Y es entonces cuando piensas "Sr. Eastwood, no se marche usted nunca"
Con una perfección formal digna del maestro, una película imprescindible.
Walt Kowalski, el protagonista de Gran Torino interpretado magistralmente por Clint Eastwood, no es evidentemente Harry el Sucio, pero podría ser su "socio", un tipo duro, racista, "patriota", descreído, acostumbrado a hacer justicia por su cuenta, con una familia a la que no soporta y que no le soporta... y que vive rodeado de chinos, ¡él que mató tantos en Corea! Pero según avanza la película vamos descubriendo que, aunque parezca increíble y a pesar de todo, no es un mal tipo. Primera lección, de muchas.
Son numerosos los temas que toca la película con sutil complejidad, la xenofobia, la familia, la guerra, la soledad, la exclusión, la amistad, no en vano de lo que trata es de la vida, nada más y nada menos. Pero hay uno que según mi parecer se impone sobre todos ellos: la justicia y el uso de la fuerza, y de quién son potestad, y qué utilidad tienen cuando se ejercen de forma individual, a quién benefician y a quién perjudican, qué construcciones sociales fomentan... Y es ahí cuando al final de sus días, ese polaco mal encarado y gruñón, trasmutación de Harry Callahan, reflexiona y adquiere la sabiduría... ¿O quizás no?, al fin y al cabo su decisión, aunque moralmente grande, no deja de ser una forma de justicia individual... Eso sí, te deja clavado a la butaca, emocionado, reflexivo... Y es entonces cuando piensas "Sr. Eastwood, no se marche usted nunca"
Con una perfección formal digna del maestro, una película imprescindible.
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