Maravillosa película de un Richard Lester en estado de gracia, que reinventa el género de aventuras dotándolo de un realismo crudo. Todo en esta película rezuma sinceridad: la amistad y el amor, pero también la ciega obediencia, la idiotez, el ridículo humano e incluso la enemistad (qué maravilloso el retrato de dos enemigos tan antiguos como Robin Hood y el Sheriff de Nottingham).
Lo que había leído acerca de esta película me generó grandes expectativas, pero que sin duda se han quedado cortas. He disfrutado con esta yuxtaposición de géneros: funciona como drama romántico (la declaración de amor de Marian por Robin es honesta, pasional, conmovedora);
funciona como comedia, con toques de humor elaborado, no exentos de crueldad; funciona como cinta de aventuras, con los tópicos que esperamos ver: el bosque de Nottingham, auténticos castillos, rudas contiendas. Y funciona porque el trabajo de actores y actrices otorgan toda la credibilidad, la música de John Barry es para ser rememorada, la película mantiene el ritmo y la tensión, la fotografía es espléndida.
Pero además, todo funciona de maravilla porque lo que cuenta es simple: Robin Hood vuelve a los bosques de Sherwood tras veinte años de Cruzadas junto al desmitificado Ricardo I (Corazón de León), uno de los soberanos ingleses más deleznables y sanguinarios de la historia de Inglaterra. Todo está cambiado tras todo este tiempo, o más bien, todo sigue igual, aparentemente: el sheriff, Marian, Robin, Little John... Los mismos lugares, las mismas pasiones (odio, amor, amistad), sólo que están más viejos. La escena de las manzanas al inicio de la película, en este sentido, resulta bastante revelador.
Como anécdota, podemos ver a una jovencísima Victoria Abril, que para entonces no debía contar aún dieciocho años, aunque en la película representa a la reina Isabel que tenía doce. En los títulos de crédito, aparece con el nombre de Victoria Mérida Rojas (más tarde se pondría el nombre artístico de Victoria Abril).
Pues sí, preciosa película y estupenda crítica. Para que luego digan que el amor no puede ser eterno y que la vejez es decadencia. Lo último que son Robin y Marián es decadentes.
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