Considerada por muchos como la primera película auténticamente cine negro (sea esto lo que quiera que sea, y obviando que antes estaba el film noir francés). Sus elementos "negros" son claros: los ángulos de la cámara, el contraste brusco de luces y sombras, flashbacks, diálogo interior, influencias expresionistas de la escuela alemana (Peter Lorre está como pez en el agua, y silente durante gran parte del metraje).
John McGuire interpreta a un periodista llamado Mike Ward, que tiene que declarar como testigo de cargo en un juicio en el que todos están más interesados por terminar que por la inocencia del acusado. Las pruebas son circunstanciales, pero aún así, el testimonio de Ward hará que sea condenado a muerte.
Días después, y con la sombra de la duda rondándole en su cabeza, aparecerá un extraño que provocará un curioso desenlace: ahora será él el acusado de otro asesinato, y al igual que en el primero, presentimos la inocencia y una acusación basada en la circunstancialidad de las pruebas. Esto arremete claramente contra el sistema judicial norteamericano, lo que asegura la vigencia de este film en la actualidad.
Ambos sucesos están bien entrelazados, aunque el desarrollo pueda resultar algo lento, debido al uso y abuso del monólogo interior, que amenaza con convertir la cinta en un drama psicológico. A pesar de ello, debemos destacar de excelente el momento de ensoñación del protagonista, que de haber pertenecido a alguna película "mayor" y no ésta de serie B, estaría entre los mejores pasajes oníricos del cine: este logro se lo debemos, en gran parte, al portentoso trabajo fotográfico de Nicholas Musuraca, que ha disimulado las grandes flaquezas económicas de la película con un trabajo excepcional.
Un final apresurado, la realización discreta de un director novel, actores más bien planos, son los puntos débiles de esta película.
John McGuire interpreta a un periodista llamado Mike Ward, que tiene que declarar como testigo de cargo en un juicio en el que todos están más interesados por terminar que por la inocencia del acusado. Las pruebas son circunstanciales, pero aún así, el testimonio de Ward hará que sea condenado a muerte.
Días después, y con la sombra de la duda rondándole en su cabeza, aparecerá un extraño que provocará un curioso desenlace: ahora será él el acusado de otro asesinato, y al igual que en el primero, presentimos la inocencia y una acusación basada en la circunstancialidad de las pruebas. Esto arremete claramente contra el sistema judicial norteamericano, lo que asegura la vigencia de este film en la actualidad.
Ambos sucesos están bien entrelazados, aunque el desarrollo pueda resultar algo lento, debido al uso y abuso del monólogo interior, que amenaza con convertir la cinta en un drama psicológico. A pesar de ello, debemos destacar de excelente el momento de ensoñación del protagonista, que de haber pertenecido a alguna película "mayor" y no ésta de serie B, estaría entre los mejores pasajes oníricos del cine: este logro se lo debemos, en gran parte, al portentoso trabajo fotográfico de Nicholas Musuraca, que ha disimulado las grandes flaquezas económicas de la película con un trabajo excepcional.
Un final apresurado, la realización discreta de un director novel, actores más bien planos, son los puntos débiles de esta película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario